Es hora ya de re-pensar en Nuestra América. Las fronteras nacionales han servido para separar a las naciones europeas, porque son innecesarias. En la mayoría de los casos no hay mejor frontera que el idioma porque ‘la lengua es compañera del imperio’ (decía Nebrija) y resistencia de su cultura (agrego yo). A lo sumo, los Países Vascos, por dar un ejemplo, constituyen auténticas y delimitadas naciones (aunque carezcan de fronteras nacionales propias), porque guardan en su impermeable lengua el profundo sentido de su identidad. Mientras conserven su idioma, el alcanzar su legítima independencia será sólo cuestión de tiempo.
En Nuestra América la lengua no separa nada. Aquí las fronteras culturales son difusas y muchos límites hallan su razón de ser en los caminos que trazaron los colonialistas por meras cuestiones geográfico-económico-gubernamenetales, en desmedro de los límites culturales precolombinos. Estas cuestiones han perjudicado enormemente el reconocimiento de la identidad nacional, imprescindibles para poder consolidar nuestras naciones.
Así, por dar un ejemplo cercano, el argentino es un ‘tano’ llorando en un tango a su ‘mama’ que descansa allá, tras el inconmensurable océano, tras el naciente; también es un paisano arriando vacas en la pampa; también es un kolla que pierde horas en la aduana para ir a Bolivia y luego volver a entrar; también es un mapuche expropiado; un guaraní que más bien parece un\n paraguayo nacido en el noreste argentino, etc. Creo, en este punto, que sólo la literatura puede dar cuenta de la compleja identidad americana, dejando de lado cualquier provincianismo (siempre restrictivo y difuso).
Todas los pueblos de nuestra mayúscula América comparten una historia común y un mismo futuro. Es por eso que creo que, como decía el Comandante Guevara, hay que dejar de lado cualquier provincianismo y asumir de una vez por todas que no somos ni argentinos, ni peruanos ni mexicanos ni cubanos, sino que todos somos y siempre seremos profundamente latinoamericanos.
En Nuestra América la lengua no separa nada. Aquí las fronteras culturales son difusas y muchos límites hallan su razón de ser en los caminos que trazaron los colonialistas por meras cuestiones geográfico-económico-gubernamenetales, en desmedro de los límites culturales precolombinos. Estas cuestiones han perjudicado enormemente el reconocimiento de la identidad nacional, imprescindibles para poder consolidar nuestras naciones.
Así, por dar un ejemplo cercano, el argentino es un ‘tano’ llorando en un tango a su ‘mama’ que descansa allá, tras el inconmensurable océano, tras el naciente; también es un paisano arriando vacas en la pampa; también es un kolla que pierde horas en la aduana para ir a Bolivia y luego volver a entrar; también es un mapuche expropiado; un guaraní que más bien parece un\n paraguayo nacido en el noreste argentino, etc. Creo, en este punto, que sólo la literatura puede dar cuenta de la compleja identidad americana, dejando de lado cualquier provincianismo (siempre restrictivo y difuso).
Todas los pueblos de nuestra mayúscula América comparten una historia común y un mismo futuro. Es por eso que creo que, como decía el Comandante Guevara, hay que dejar de lado cualquier provincianismo y asumir de una vez por todas que no somos ni argentinos, ni peruanos ni mexicanos ni cubanos, sino que todos somos y siempre seremos profundamente latinoamericanos.
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