Juan estaba solo hacía tiempo. Jugaba a la pelota, que se confundía de a ratos entre las palomas como un ave ovalada, todos los sábados por la tarde, con su padre. Juan estaba solo hacía tiempo. Mientras que las palomas se confundían de a ratos con la pelota y parecían pelotas emplumadas con sus alas, que a veces pretendía atajar Juan cuando su padre pateaba. Juan estaba solo hacía tiempo y no comprendía qué es lo que estaba mal en aquella plaza. Viejo, ¿nunca te parecieron extrañas aquellas palmeras en esta plaza? La pelota o las palomas se detuvieron de repente y un silencio ahogado invadió aquella escena familiar, un silencio que tan sólo Juan escuchó. No, no veo nada extraño en esta plaza, hijo; todo es como debe ser. Y Juan sintió que en ese instante las hamacas siguieron con su chirrido cómplice, invitando a los demás sonidos a proseguir con su confuso desfile cotidiano. Pero, ¿palmeras en plena Capital? ¿No es más común encontrarlas en una playa o en un desierto? No. Juan estaba solo hacía tiempo y los robustos bigotes de su padre eran más expresivos que toda su cara o cuerpo juntos. ¿No? No, vamos a casa.
La casa de Juan era inmensa como la panza de un burócrata sindical. La casa de Juan era inmensa como un país lejano. La casa de Juan era tan inmensa que cabría un ejército de juanes dentro. ¡Mi amor, llegamos! Al abrirse la puerta, como por un sistema de engranajes o resortes, el perro salió disparado hacía los recién venidos. ¿Cómo la pasaron? A Juan siempre le pareció extraño que tan sólo haya un espejo en su casa. Bien, bien, estuvimos pateando un poco la pelota. Juan siempre pensó que el orden que había en esa casa era asfixiante. ¿Comieron? El perro no paraba de saltar y dar vueltas alrededor del padre de Juan. No, estuvimos entretenidos. El mobiliario del siglo XIX parecía recién comprado de tan lustroso que estaba; los cuadros ocupaban estratégicas paredes. Les hice empanaditas. Decile a este perro de mierda que se quede quieto. Las fotos de la campaña tucumana se mezclaban con las estampitas de la virgen de manera armónica sobre el modular. ¡Ay, no seas así, pobre perro; te está demostrando cariño! A Juan siempre le pareció extraño que tan sólo haya un espejo en su casa.
La noche derramaba ya sus sombras sobre los gatos y los tejados, mientras Juan intentaba combatirlas con su velador, completamente desvelado. Juan siempre se sintió como un polizón en su casa, como aquellas palmeras que resaltaban entre los árboles de la plaza. Afuera, los gatos se enredaban con las sombras que proyectaba la luna y los perros le ladraban a los autos que se estrellaban distantes contra el silencio de aquella noche de verano. ¡Ni una sola foto de mi infancia! Juan estaba solo hacía tiempo y su hermana lo acompañaba de a ratos. La tenue luz , minúscula capa, abrigaba a Juan y de a poco se iba mezclando con sus recuerdos. El tímido andar de los perros sobre el tejado, el leve maullido de los autos, el lejano motor de los gatos, se iban mezclando de a poco en la confusa cabeza de Juan.
Un pañuelo es tan sólo un pañuelo, si lo separamos de la blancura donde calmo e indómito se posa. Un pañuelo es tan sólo un pañuelo, salvo que lo avizoremos llegando en bandadas desde lejos, para combatir el olvido, el llanto o la desesperanza.
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