Por Augusto Mónaco
América del norte, amor lejano,
oh patria del cañón y la meseta,
aún oigo en tu silencio
tus silencios bajo un cielo arrebolado,
y el misterio cosmogónico del viento
que otorgó el sol al polvo en que reposas,
y, en su cristal de cobre,
aún discurro como el fuego de un cometa,
y vuelo por tus cielos,
y cabalgo en tus desiertos abismales,
soñando tu coyote, tierra amada.
En el fondo de mi alma milenaria
oigo búfalos alzando polvaredas
y te veo como un águila sagrada
en los confines,
dibujando los signos infinitos,
sobre tus montañas.
Te sueño gigantesca y cristalina,surcada por ríos y montañas,
Oh tierra que liberaste a mis hermanos,
por qué te lanzaste enardecida,
sobre nuestra tierra mutilada,
por qué hundiste en nuestra carne
tus dientes afilados,
por qué, patria oscura, por qué.
¿Qué te pasó, tierra lejana?
¿Cuándo comenzó tu cielo a ensombrecerse,
a llenarse de crepúsculos oscuros,
a besar con los labios de la muerte?
Por qué llenaste tu cáliz con mi sangre
y ardiste como el trueno de un volcán
y rajaste el talón de nuestros pueblos
y de tus venados,
de nuestros pueblos
que inspirados en tu gloria
gritaron a los cielos ¡Libertad!
y echaste nuestro árbol a la hoguera
con un rostro de sombras lujuriosas
y terribles huracanes,
a nuestros pobres árboles heridos.
Águila esplendorosa,
se oscurecieron tus ojos cristalinos
y tu ceño se apagó como una vela.
Acecharon tus cóndores mi casa,
y de tu vientre puro
bajaron las serpientes a mi tierra
y dejaron en la selva
un rosario de cadáveres sombríos,
de muertos que se han muerto para siempre,
sobre un polvo de rosas marchitadas.
¡Que callen a los muertos! ¡el águila se acerca!
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