Capitalismo y barbarie (reflexiones sobre Roberto Arlt)


Cuando Sarmiento propuso, en el Facundo, su dicotomía “civilización o barbarie” construyó los dos paradigmas entre los que se constituirá el devenir latinoamericano. Por un lado, Europa, el liberalismo capitalista, la modernidad, la palabra escrita, la ciencia y la razón; por el otro, América, el trueque, la naturaleza, la oralidad, la pasión y la confianza.

Sarmiento triunfa en la barbarie.
Escribe como un bárbaro americano y escribir es lo que mejor le sale. Sarmiento domina la pasión que nos despierta, nos convence, nos desgarra, nos indigna contra Rosas. Sin embargo, muy otro es el sentimiento que nos inspira su proyecto civilizador de la libre navegación de los ríos y de las pampas libres de bestias. Resulta extraño entender el concepto de Sarmiento para el cual nuestra nación sólo será libre si acepta ser colonia anglo-fracesa. Para Sarmiento el orden natural de América es la barbarie y el exterminio de indígenas y de gauchos al menor precio posible es la civilización, y el modo más barato era, para Sarmiento, enviar a los gauchos a la leva, para que se maten entre ellos y con los indios. Tras la lentitud de este proyecto los otros unitarios, siempre preocupados porque el tesoro nacional quede bajo la falda de Francia o Inglaterra y no a las manos de los bárbaros de América, pensó en traer a Rauch y su ejército prusiano. El nuevo plan de exterminio hubiese conmovido al mismo Hitler. Era sencillo y eficaz. A los soldados se les pagaba por cada par de testículos que traían.

Primero se les disparaba a los indios y cuando caían, ensangrentados y dolientes, les cortaban los testículos. De este modo los que no morían desangrados, al menos no podrían reproducirse. Todo, por supuesto, en nombre del progreso. El objetivo era claro, exterminar lo que de americana le quedaba a la Argentina para hacerla a imagen y semejanza de Europa. Para concretar este proyecto sólo les faltaba una cosa: europeos. Aquí comienzan la campañas propagandísticas de inmigración donde se le ofrecían trabajos rurales a los europeos que quisiesen venir a hacer la América en la Argentina. La inconmensurable genialidad de los unitarios no pudo, sin embargo prever, que los trabajos que les ofrecían a los europeos no existían aun y no existirían nunca. La consecuencia de esta pequeña imprevisión fue la creación de un gigantesco anillo de pobreza formado por millones de inmigrantes y gauchos al rededor de ciudad de Buenos Aires. Este es el contexto en el que surge, en los años '20, la figura de Roberto Arlt, el primer escritor capitalista que tuvo la Argentina.

Arlt no tenía institutrices inglesas, ni francesas, ni salteñas, ni nada. Apenas si sabía escribir y escribía mal. Artl escribía mal, porque no sabía y no quería escribir bien. Escribir bien era no escribir, no entender, no sentir, no vivir. Escribir bien era no ver la realidad de su época, era sepultarla bajo antiguas leyendas de olvidados cuchilleros e imposibles letrados. Escribir mal era burlar lo bueno, y lo bueno el progreso, el establishment, el lujo de las plutarquías ombliguistas era el silencio de los trabajadores fusilados en la Patagonia y en la Semana Trágica.

“Si hay extranjeros que abusando de la condescendencia social ultrajan el hogar de la patria, hay caballeros patriotas capaces de presentar su vida en holocausto contra la barbarie para salvar la civilización” decía Manuel Carlés, presidente vitalicio de la Liga Patriótica Argentina, en 1910 refiriéndose a los trabajadores inmigrantes que, según Sarmiento, iban a ser los forjadores de la civilización argentina. Si algo quedaba claro en las primeras décadas del S. XX era que todos hablaban de civilización y progreso, pero que nadie sabía bien qué cosa significaban estas palabras, excepto -quizás- Roberto Arlt.

Arlt nos invita a contemplar el confort y la cultura, el dinero y la seguridad, y nos lo muestra tal cual era para la gran mayoría de la población argentina, el sueño imposible y siempre al alcance de la mano de 'ser' alguien, de no ser un número, un cliente, un empleado, un inventor fracasado. La fortuna estaba a la vista de todos, pero detrás de una vidriera que sólo algunos podían atravesar.

Erdosain se imagina enamorando de una doncella que “será millonaria, pero yo diré Y todo es inútil, ¿sabe?, es inútil, porque estoy casado. Pero ella le ofrecerá una fortuna a Elsa para que se divorcie de mí, y luego nos casaremos, y en su yate nos iremos a Brasil”. El capitalismo como tierra de la fantasía, el lugar donde uno tiene todas las libertades salvo la de ejercer dichas libertades, el mundo que nos prometa que no hay cerradura que el dinero no pueda abrir. Pero para un trabajador cuyo mañana es la continuación del hoy y el hoy es la continuidad de una pobreza que nació con él, sólo se puede alcanzar el tótem sagrado del capitalismo mediante el crimen.

El dinero, el que desmasifica al hombre y lo convierte en sujeto, el escape de la clase proletaria, el ingreso al reino de la burguesía, condición sine qua non para poder 'ser'. Este tótem que pone al pobre contra el pobre, al oprimido contra sus semejantes, es el arma más eficiente del capitalismo, de la civilizada barbarie.

A Roberto Arlt no le interesó nunca explicar este mecanismo, porque eso hubiese sido caer en en un realismo socialista, como el de sus hermanos de Boedo. Su narrativa es mucho más efectiva y descarnada. Roberto Arlt no analiza ni explica qué cosa es el capitalismo, sino que pone sobre la mesa, como un cross a la mandíbula, su verdadera esencia y sus cruentas consecuencias sociales: la marginación, la alienación, la competencia, la explotación, la violencia, el individualismo, la plutarquía.

Mientras exista el capitalismo, la literatura desgarrada de Roberto Arlt será el único realismo posible o, al menos, el único realismo honesto. Quién pretenda ser realista sin comprender cabalmente la sociedad en la que vive, será un escritor de fantasías, una espada decorosa sin mango ni filo. Mientras exista el capitalismo, Roberto Arlt seguirá siendo verdadero y actual, porque la miseria seguirá siendo la verdad y seguirá corriendo el tiempo hacia ningún lado.

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