"Che pibe"


En las adocenadas horas de espera que,

este triste, gris empleo me demanda;

en este constante castigar la calle a patadas,

desgastando baldosas, zapatillas y piernas;

tus ojos.


En este apuro constante y ajeno,

cadeteando a contracorriente

contra lo que alguna vez fueron hombres, y no,

tan sólo hombros que me chocan ciegamente;

tus labios.


En este sacar y sacar números eterno

para ver las profundas ojeras del burócrata de turno;

en aquellas horas de engranaje,

ínfimo y descartable, de empresa bursátil;

tu sonrisa.


Es que tus ojos, tus labios, tu sonrisa,

números le quitan al día,

trajes le arrancan a mi mente,

cheques expulsan de mi boca...


Y las inmensas filas se diluyen,

cuando los cajeros automáticos

se embriagan con tus ojos

y vomitan coloridos billetes

con tu sonrisa impresa de niña

-que no ha perdido la inocencia

en un banco o casa de cambio-

hasta que todo lo tiñen tus labios, y yo,

-simple cadete administrativo-

caigo en la cuenta, otra vez,

que he perdido mi número, el turno,

y debo empezar todo de nuevo...

Los pasillos de la villa

Breve historia de la migración interna

La villa es el espacio ominoso del buen circular burgués. Allí se interrumpe el trazado urbano que desde la Colonia es la Ley hecha ciudad: la tranquilidad de saber que un plano explica una urbe. Los pasillos, las calles de tierra, la proliferación de perros y gallinas: todo parece atentar a cómo se debe pensar una ciudad. La villa, de hecho, es la otra historia nacional, la que explica que el discurso liberal es una quimera.

No sólo se interrumpe la ciudad burguesa, se interrumpe su historia. (El puerto se interrumpe.) La villa tiene otro relato que comienza con el fracaso del federalismo en el siglo XIX. Cuando Saa, López Jordán y Varela son derrotados termina una historia: la posibilidad de hacer un país federal. La muerte de Solano López y la destrucción del Paraguay acelera el proceso de inserción de capitales británicos en la Argentina, la dependencia económica, la construcción del Estado liberal y la desaparición del pensamiento nacional (que se explicita entre la Ida de “Martín Fierro”, el héroe criollo que se une a la indiada porque la civilización está podrida y la Vuelta, donde el héroe vuelve a avalar la civilización frente a la barbarie.)

Las provincias del Norte que alguna vez supieron ser el centro del país se fueron convirtiendo en satélites económicos de la ciudad puerto. Hacia 1930 se concentró la migración interna del país: las provincias fueron prácticamente despobladas de jóvenes. Correntinos, riojanos, salteños; desde las provincias más pobres del noroeste y noreste se migraba. La economía del interior, que alguna vez supo ser próspera, estaba vaciada. La tierra se concentraba en pocas manos y no existía ningún tipo de producción independiente. Entonces las villas se hicieron un laboratorio de la nueva cultura popular, nacional e indígena migrada en la boca del puerto. Se mezcló el kolla del altiplano con el quichua santigueño, el toba del Chaco con el guaraní de los Esteros. La cultura criolla renació en la capital gringa: en el Palermo Palace, en medio de la ciudad de hijos europeos, se bailaba chamamé y milonga. El mestizaje del interior se desparramó en una lugar que se sintió otra vez ocupado, como un siglo antes cuando Sarmiento advertía el peligro de la barbarie rural invadiendo la ciudad occidental. Apuntaba Cortázar sobre los “negros” (“Las puertas del cielo”, 1951): Asoman con las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros de uno o de a dos, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosa, las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles de los que queda el cansancio y el orgullo. A ellos les da ahora por el pelo suelto y alto en el medio, jopos enormes y amaricados sin nada que ver con la cara brutal más bajo, el gesto de agresión disponible y esperando su hora, los torsos eficaces sobre finas cinturas.

Para entonces, la barbarie tuvo otro líder y otra revolución. No es casual que haya sido Perón, en 1954, quien devolviese al Paraguay los trofeos de guerra saqueados durante la guerra fraticida. Hoy, la historia del mestizo, del guaraní, de las milongas y el chamamé, de la cultura de las provincias, de la cultura villera es la gran deuda de la cultura nacional. Sin conocer nuestra historia, sin reivindicar nuestro origen mestizo, nuestra cultura indígena y criolla, se desdibuja cualquiera apelación a la cultura popular.

Las villas, los barrios obreros, los asentamientos son nuestra épica del siglo XX: la migración, la ocupación de tierras fiscales, el enfrentamiento con la policía, la propia voluntad de levantar los ranchos, abrir las zanjas, lograr el alumbrado público. Fueron la conciencia del 17 de Octubre, la resistencia del peronismo exiliado; allí donde la Dictadura fue más violenta. En los `90, cuando la clase media alta vendió al país por sus cuotas personales, en las villas nacieron las grandes resistencias al liberalismo. La letra “El fortín” de Yerba Brava (“100% villero”, 2001) lo relata: “Me quieren correr, nos quieren barrer / me tiran el rancho y el tuyo también / dicen que mi barrio esta lleno de hampones / que solo es un fuerte de droga y ladrones. / En sólo una hora se llenó de botones / para tirarlo abajo y levantar mansiones/ (…) Y ahora tirado estoy / debajo de un puente voy / porque somos marginados / en pelotas nos dejaron. / Y ahora tirado estoy / donde vamos a parar / quemen gomas en la calle / que mi fuerte hay que salvar.

Mariano Dubin

Este texto es una continuación del ya publicado en el blog como La negritud como estética. Política y poesía en la cumbia villera” y pertenece al libro Pensar el Bicentenario

17 de octubre



A Darwin Passaponti y Francisco Ramos.

En aquella primavera,
cuando los naranjos, los gremios y los cerezos,
aún estaban dando sus primeros frutos,
al embajador británico en el Río de la Plata
una violenta alergia lo invadió,
y una comisión interna y sus delegados,
le brotaron en medio de sus torcidos dedos de pirata.
Fue en ese mismísimo instante,
que los corredores bursátiles
corrieron enloquecidos,
chocándose como moscas entre sí,
y a las Damas de Beneficencia,
un síncope les dio en coro, al notar,
que desde el fondo de sus tacitas de té,
desde las profundidades mismas de sus fonolas,
y por debajo, incluso, de los parquets,
no paraban de brotar, invadiéndolo todo,
miles y miles de negros que,
refrescaban sus patas
en los bordes de los Martinis,
devoraban los inmensos canapés, y,
conquistaban los carnosos labios de sus hijas.
Fue entonces que,
las paleolíticas paredes
del Jockey Club y la Sociedad Rural
se estremecieron de espanto al escuchar,
aquella maravillosa y primaveral música que
en tan sólo una palabra se resumía,
-siéndola todas a la vez-, y,
en tan sólo un hombre se sintetizaba,
-siéndolo todos a la vez-
hasta que los finísimos bigotes de los banqueros,
marcaron la hora exacta de su pavura, y,
otra vez florecieron,
las rosas y las estrellas federales,
los claveles y las fotias,
las amapolas y los obreros de la carne,
y durante años la primavera se perpetuó
siendo justa, libre y soberana.
Ay! del oligarca cuando la Patria florece...

Vicente y el 17


Con la toalla al hombro, todavía le ardía la cara recién afeitada. Vicente encendió la radio a las 4.00 de la mañana, una rutina que arrancaba bien temprano, y que amargos mediante, lo empujaban desde Almagro hacia el Ferrocarril, donde gozaba de los nuevos derechos sociales como obrero ferroviario consolidados por el Coronel Perón.

Hijo de polizones inmigrantes españoles, Vicente sabía lo que era yugarla. “Vieja, escuchaste algo de Perón”, le preguntó a Marta que estaba desde mucho antes levantada, para garantizarle el mate a Vicente, para recordarle en la partida que siempre lo esperaría al volver. Vicente se fue al laburo sin mas noticias que lo que Radio Belgrano repetía.

“Mañana huelga general”, gritaba el Tano en la puerta de los talleres. El Tano, delegado y peronista a fuerza de conquistas. “Vicente, Perón está mal de salud, ayer fajaron a unos muchachos en Avellaneda que pedían por el Coronel. Mañana hacemos huelga.” le remató el Tano. Vicente asintió con la cabeza y se fue silvando un tango triste. Triste como la mañana, triste como estaba su corazón por primera vez al escuchar los padecimientos de un milico. Vicente volvió sobre sus pasos, y exclamó “¿Tano, y vamos a esperar a mañana, y si Perón se nos muere hoy?”. El Tano lo miró conmovido, pensó en esbozar una respuesta orgánica, pero ya eran las siete de un diecisiete.

Por la puerta del taller, unos muchachos –como aquellos reprimidos el 16 en Avellaneda- pasaron gritando “sin galera y sin bastón, los muchachos de Perón”.

Sobraban las palabras, el Tano, Vicente y los muchachos que estaban por ahí, enfilaron directo para el Centro. A los piedrazos se defendieron de la cana en Independencia y Paseo Colón. A los piedrazos se defendieron de la cana en Plaza de Mayo. Para el mediodía, Vicente estaba mas extenuado que con toda la jornada de laburo encima.

La cana se tranquilizó para la tarde. y Vicente vio a unos muchachos con las patas en la fuente de la Plaza. Quiso imitarlos, pero eran tantos que no cabía un alfiler para poner en remojo los pies. Tenía las patas hechas flanes, pero el Tano lo animaba. “Dicen que lo largan y que llaman a elecciones”. “¿Te lo imaginas Vicente, Perón Presidente?” “Callate” le dijo al Tano, con una sonrisa cómplice “mirá si nos van a dejar elegir a Perón”. El Tano se rió, miró la cantidad de gente que a las seis de la tarde no quería irse de la Plaza, que lo pedía a Perón. Nunca lo había visto en su vida, nunca lo había soñado. El Tano sentenció “esta vez si, Vicente, esta vez ganamos nosotros”. Vicente largó una carcajada, mientras relojeaba si se hacía un hueco para mandar las patas a la fuente.

Vicente pensaba en Marta, era tarde y debería estar preocupada. Pensó en volver, pero esa loca idea se evaporó al instante. Los pies no le respondían y Perón todavía no había hablado. La noche cayó de repente, y la Plaza seguía llena. Eran las once y Perón se asomó al balcón de la Casa de Gobierno “Por eso, hace poco les dije que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días.” Dijo Perón, y eso le llegó bien

adentro a Vicente. Pensó en su vieja, pensó en Marta.

Vicente volvió hecho un trapo a su casa. Marta no le preguntó nada, lo esperó con un mate, unas tortas fritas y una sonrisa, comprendió todo desde el principio. Vicente le dijo “Vieja, lo salvamos a Perón”. Marta lo miró con ternura y le dijo “Ahora Perón nos va a salvar a nosotros”.

Cinco años después, un diecisiete de octubre, iba a nacer el hijo de Vicente y Marta. El amor tendría, para siempre, cara de 17 de Octubre.

Fernando Gómez


(nota publicada en el Nº 9 de la Revista Oveja Negra)

“La poesía no es una isla”

Reproducimos una entrevista a Gelman en Página/12:

En la excepcional rabia del sol de otoño resiste agazapada la tristeza del invierno. Un poeta dueño de todas las sonoridades de la lengua no puede pasar inadvertido. Aunque quiera. Una travesura sorda campea por las pupilas de Juan Gelman. La picardía humedece sus ojos durante unos segundos. “Yo no estoy en la tercera edad, estoy en la cuarta”, afirma con su voz en baja potencia, como si generara un tajo en el tiempo que obliga a callar para escuchar mejor la explicación. “La primera es la niñez; la segunda es la juventud y la madurez, la tercera es la vejez. Pero la cuarta es ‘¡qué bien se te ve!’. Lo que piensan entre paréntesis y no dicen es: ¡Para los años que tenés, pibe!” El poeta que hoy cierra la 62ª edición de la Feria del Libro de Frankfurt –ceremonia de traspaso en la que se entregará a Islandia la categoría de invitado de honor– consigue despejar la maleza de los lugares comunes con el grano de una pequeña ironía de su puño y letra, que le sirve para masticar o digerir la cifra del tiempo.

En cada caminata que emprende –por el pabellón argentino o por el stand editorial–, las bocas de hombres y mujeres, que saben que Gelman cumplió 80 años en mayo pasado, lanzan una seguidilla de elogios y piropos a nuestro Premio Cervantes. Todos arrancan con el “¡qué bien se te ve, Juan!” La cuarta edad –es cierto– le sienta muy bien. La serenidad se dibuja en su rostro cuando habla. Aunque el paisaje de los negocios de la Feria le resulta ajeno –lo contempla y transita como convidado de piedra–, comenta las impresiones inmediatas de la participación argentina en la vidriera mundial del mercado editorial. “Hay que esperar que pase el tiempo a ver qué sucede. Lo que me alegra es que muchas obras de autores argentinos fueron traducidas al alemán; así se abre camino la literatura argentina. ¿Qué va a pasar después? Yo no lo sé”, admite el poeta que tiene uno de sus últimos libros, Mundar, traducido al alemán gracias al programa Sur.

–El modo en que participó la Argentina, haciendo hincapié en la memoria y los derechos humanos con la muestra Ausencias y la antología de escritores desaparecidos, era impensado hace diez años, ¿no?

–Escuché críticas por ahí, pero que corresponden a cosas un poco diferentes. Ausencias, la muestra fotográfica, me parece absolutamente extraordinaria, sin palabras... creo que tenemos el mejor gobierno posible al que podía aspirar la Argentina; ahí están los datos, pero no voy a incurrir en ellos. Hay cosas no resueltas, hay errores que comete el Gobierno, pero al mirar un poco lo que es la oposición, ¡Dios mío!; es una oposición sin programa que lo único que propone es que cualquier medida o proyecto del Gobierno es malo. Me gustaría saber qué proponen porque no veo que haya propuestas. Una buena oposición ayudaría a enriquecer el trabajo del Gobierno, pero tenemos una oposición tonta, destructiva... no, no es tonta: obedece a intereses muy claros.

–Parte de esa oposición que pertenece a la izquierda progresista sostiene que el Gobierno usa la política de los derechos humanos. ¿Qué piensa cuando se plantea este tipo de crítica?

–Esa izquierda tiene que hacer algo, no puede opinar desde el punto de vista de los intereses de la oligarquía o de los ganaderos; tiene que criticar desde aquello que está teóricamente en su campo. Me parece que toda insistencia es poco, todavía no se puede decir que la sociedad en su conjunto haya tomado conciencia de lo que realmente ocurrió. Aunque no se repita la dictadura militar –que yo no lo excluyo–, ninguna sociedad puede caminar con paso firme si no hay una conciencia cívica. Y la falta de memoria debilita la conciencia cívica.

–¿Por qué dice que no excluye que se repita una dictadura militar?

–Me parece que empezamos una nueva era de golpes de Estado –Honduras y Ecuador–, de manera que no veo por qué vamos a estar exentos. No digo que vaya a ocurrir ya ni nada por el estilo. El Ejército cambió un poco, pero los intereses en juego son muy fuertes. Hay que estar en estado de vigilia permanente.

La mirada súbitamente turbia de Juan parece cruzada por ramalazos del pasado. O de un presente que no tiene el menor remilgo de intentar emular –con otros ropajes– las experiencias del terrorismo de Estado de los años ’70. Un vecino en los territorios del dolor se aproxima, luchando contra esa forma de timidez que irrumpe, a veces, cuando se está ante alguien admirado y leído hasta el paroxismo. Fernando, el nieto de Elsa Oesterheld, le pide a Gelman si le puede dedicar la antología bilingüe de poesía, compilada por Daniel Samoilovich. “Ya me firmó Diana Belle-ssi”, le cuenta y le aclara que admira a la poeta y a él. El acento afectivo de la letra de Juan, que se imprime sobre la primera página del libro, se nota a la legua. Cumple el pedido como si en verdad fuera el guiño que estaba esperando; algo que debía suceder. La brevísima interrupción inclina la cancha hacia el terreno de la poesía. Juan dice y repite esa suerte de estribillo que recita cuando se enciende un grabador o le ponen un micrófono: “Ni los premios ni los reconocimientos escriben por uno”.

–¿Pero les sirve a sus libros y a la poesía en general que sea tan premiado?

–El problema de la poesía y el arte en general es que está vinculado con fenómenos sociológicos más complejos. La poesía no es una isla de la realidad. Peor que el poeta que vende poco es la situación de la gente que no puede leer; no sólo por el precio del libro, sino por la situación de pobreza, que me parece más grave que lo otro. La poesía siempre estuvo arrinconada en los catálogos de las editoriales; pero la necesidad de escribir poesía siempre va a existir.

–¿Cómo explica esa necesidad de seguir escribiendo poesía a los 80 años?

–Porque nunca la agarré; la sigo buscando a ver si la agarro alguna vez (risas). La señora es muy huidiza y supongo que ése es el motor. Soy tenaz, a ver si algún día la puedo acostar de espaldas, pero mientras tanto me pone de espaldas ella a mí. Y esto no es coquetería.

–Cuando mira sus libros, ¿cree que alguno envejeció distinto?

–El que envejece distinto a todos mis libros soy yo. No sé qué decirle porque todos obedecen a distintos momentos y esos momentos son importantes para mí. Después, que envejezcan o no... ahí está Cronos que decide.

–Sus libros no son parecidos entre sí; cada obra representa una pequeña ruptura. ¿Esto respondió a un plan, al hecho de no querer repetirse, no escribir en piloto automático siempre el mismo libro?

–No, no creo. Uno escribe en general de pocas cosas, pero en la medida en que el tiempo pasa diría que es como una espiral: lo mismo se ve desde otro lugar; entonces ese otro lugar exige otra expresión. Lo que me mueve a escribir son obsesiones. El otoño que viví en 1960 no es el mismo que estoy viviendo ahora; y no me refiero a la edad, sino a las estaciones. Cuando esa obsesión te acosa, si trazás una coordenada, la obsesión empieza en círculo y la expresión en cero. En la medida en que vas logrando de algún modo la expresión de esa obsesión, la obsesión baja en intensidad y la expresión gana. El peligro es repetirse cuando la obsesión está muerta porque conseguiste un mecanismo. Cuando cierro algo que agotó la obsesión, leo con mucha atención los últimos poemas para que no sean la repetición de la maquinita. Pero no me propongo nada; es imposible proponerse algo con la poesía. Los poemas andan por donde ellos quieren.

–¿Festejamos el Nobel de Literatura el próximo año?

–No creo que me lo puedan dar. Hace 26 años que la Academia Sueca no premiaba a nadie en lengua castellana, un espacio de tiempo muy grande tratándose de la tercera lengua en importancia. Hasta que vuelva a ser premiado un escritor en lengua castellana pueden pasar otros 26 años, como mínimo.

Juan vive la experiencia de silabear el mundo en cada poema que escribe. Ahora mismo desglosa pedacitos de versos que mañana –tal vez– serán un nuevo poemario. “El libro impreso nunca va a desaparecer”, subraya con la convicción de quien ha oído muchos falsos apocalipsis. “Internet no tiene nada que ver con el momento de la escritura, pero sí con la difusión de poemas. Hay grandes dificultades para editar poesía, especialmente para los jóvenes y los que no son best sellers, aunque en general la poesía no lo es”, plantea. “Por Internet se difunden a los grandes poetas; pero también ha favorecido un cierto ejercicio light de la poesía. Muchos creen que escriben un poema y los cuelgan. Y algunos son para colgarlos a ellos. A los poemas me refiero.” (Risas.)

Pronunciamiento sobre Vargas Llosa

No vamos a negar los méritos literarios de Vargas Llosa; tampoco sus bolsillos abultados por hacerse el malito en esas somnolencias de revistas de domingo. Pero para un premio que honró al presidente de Estados Unidos como Nobel de la Paz, mientras los muertos en Irak y Afganistán se juntaban en las zanjas, le merecemos las sospechas.

Nosotros vamos a bardear de una: queremos el Premio Nobel para el letrista de Pibes Chorros, o para los trashumantes criollos o mapuches que andan en las veraneadas cruzando los Andes acompañados por coplas y lonkomeos. No sólo queremos que el guaraní sea lengua oficial de la Argentina, también queremos que los letristas chamameceros sean nuestros himnos en el mundo. Porque ya lo dijo el poeta del Camba Cua: Che reta hae camba cua, es decir, nuestra patria son barrios de negros.

¿Por qué Vargas Llosa es hoy Premio Nobel? Primero porque hay un presidente indio en nuestro continente; porque tenemos un presidente, el zambo Chavez, que les canta a los gringo las cuarenta. Porque se prepara el Mundo Occidental para invadirnos. No seamos ingenuos: el 50% de los recursos naturales del mundo están en la boca de América. Acá vienen los misiles, después de Medio Oriente, y si les queda alguna duda pregúntenle a Zelaya.

Son un Imperio, no los subestimamos; pero queremos picotear sus tripas como gallos de pelea. Ellos van a buscar a los más giles, a los que más les guste el billete, los que tengan vergüenza de ser negritos, los que se han comido todas las giladas de la televisión: los que piensan que por cagarnos se van a comprar el último auto. Así van a ir engordando a cholitos cómodos, a negritos sebadores de mate; a italianitas que dicen que su padre nació en Bari, “otra cultura viste”; a universitarios que se tragaron que cagar paper es más importante que hablar con el vecino del barrio. Les darán premios y bequitas a los Vargas Llosa para que olviden su sangre y su raza.

Nuestra América es una trinchera que comienza en nuestra piel curtida, ya ni sabemos qué mierda significa ganar un premio porque no hay otro mayor trofeo en este mundo que matar al invasor. Queremos el premio de la paz a los combatientes afganos que matan en nombre del pueblo y de Dios. Acá los esperamos: selvas, montes, desiertos, pantanos, villas, cerros. Podrán comprar a algunos giles con premios, entrevistas en las teles, con petes de rubias latinas. Acá hay una trinchera: hasta que un chamamé sea himno nacional, y que nuestro mejor poema sea una garganta de un gringo abierta. Lo demás es pura literatura.

La negritud como estética. Política y poesía en la cumbia villera



Suele ser cómodo confundir la historia de uno con la del mundo. Posiblemente, si uno habla con un señor de clase media considere natural decir que la Argentina es un país poblado por descendientes de italianos, judíos, polacos y españoles. En cambio los indios, los mestizos, los gauchos le parecerán cosas de libros, de westerns malogrados. Sin embargo, es posible que también repita una y otra vez, cuando vea gente pobre y de facciones oscuras y angulares, la frase “negros de mierda”. Así la negritud se transforma en la pesadilla fantasmagórica de la clase media; no existen en cuanto a historia, pero existen en cuanto a peligro: negros chorros, negros cabeza, negros vagos. Son el peligro de malón, el latente temor de la burguesía al atentado de la propiedad, al orden establecido.

La identidad argentina en el discurso del poder son los barcos, la inmigración europea, la historia de la clase media que se construyó a si misma por fuerza de trabajo. En cambio la historia de los mestizos, de los criollos y de los indios no existe. Sin conocer el origen de las villas miseria no se podrá entender el logro estético de la cumbia villera. Hacia la década del `30, migrantes las provincias pueblan los alrededores de Buenos Aires; se crean así gran parte de las villas y barrios obreros que lograrán el triunfo político del 17 de Octubre.

Pensemos ahora la década del `90. La década donde las ilusiones liberales nos prometían entrar (vía naves espaciales y estratósfera, según el presidente) en el país del primer mundo; donde se inundaba el mercado con mercancías extranjeras; donde la clase media mandaba a sus hijos a estudiar inglés; donde la pobreza y la marginación bullía por detrás de las quimeras liberales.


Apareció, entonces, entre las postrimerías del Menemato y los primeros años del siglo XXI, un género musical que colocó en la primera persona de sus letras (tal como ya lo había hecho la gauchesca con Hidalgo y Hernández) la voz y la justicia de los que por sus razones sonaban como campanas de palo. Decía una letra de Mala Fama: “Que Microsoft que pininglish / I am sorry tomatela / yo soy de acá y acá me quedo / (…) siempre seré zarpado de argentino”. Las letras de cumbia villera retomaron su negritud provinciana para hacer una trinchera estética y política frente a las clases sociales “blancas” y “extranjerizantes”. Decía Meta Guacha: “Tienes la piel mas clara / paseas en auto por la ciudad. / Yo vivo en un barrio pobre / donde se aguanta a mate y pan. / No sé quién te dio derecho / para decirme negro del Plan: / ya sabés que a este negro / donde vos quieras lo podés probar. 


La cumbia villera no sólo incomodó al buen gusto de los universitarios, poetas y otros punteros del buen decir. El Estado y los medios monopólicos de información lo encontraron peligroso. Habían logrado lo que todo poeta de poca monta desea: espantar al burgués. El Estado tomó nota de un género que molestaba con sus canciones sobre la pobreza, las injustitas sociales, la negritud. El COMFER, en el 2001, publica un documento donde se promueve su censura por motivos tales como contraponerse al “sistema de valores consensuado”.

Mientras parte de la clase media se volvía en sus barcos a España e Italia y completaba una parábola del discurso liberal, los villeros elaboraban por primera vez una conciencia de su origen a través de una estética original. En el 2002 no se pudo escuchar por radio y televisión al género; había obtenido un logro estético alcanzado antes por el tango y el lunfardo: la proscripción estatal.