Por Tato Contissa
No estamos haciendo bien en declarar la batalla cultural sino sabemos como ganarla. Y peor; con quien. Y peor aún, sin saber con justeza contra quien se está librando.
El drama argentino contemporáneo es que los sectores más conservadores de la sociedad están atravesando por la ancianidad intelectual. Aguinis escribe muy mal como en el siglo XIX, Tomas Abraham lo aventaja en un siglo, y José Sebrelli escribe arrastrándose sobre las heces de sus viejos talentos, Santiago Kovadloff abunda con la vacuidad de sus impostaciones teóricas. Tal vez Sarlo, quien cuenta con una formación igual de enajenada pero más sólida, dispare alguna idea capaz de trazar alguna línea que se asemeje a los perfiles de la realidad argentina, pero rara vez lo logra. Una desgracia del conservadurismo que se vuelve desgracia para el progresismo, porque le implica pérdida de mensura, falta de cánones, ausencia de medidas para una comparación y, esencialmente, la contraparte de la dialéctica posible. Por eso habrá que hacerse de pensamiento propio, una vez más.
Como remedo o cabestrillo de estas deficiencias, un aparato periodístico versión módica de los mencionados intelectuales arrecia con sus diarias versiones homeopáticas de aquellos lineamientos. Sirvén, Morales Solá, Leuco, Eliaschev, Van der Koy.
Si la Europa que espeja sus brillos decadentes sobre estos personajes vernáculos está afrontando su peor crisis política (no económica) munida de la más ramplona dirigencia de su historia, resulta fácil colegir cuán desmerecidos son estos subproductos del colonialismo cultural de la Argentina. Posan (remedando sus antecesores de mediados del siglo pasado) una nostalgia europea, abulias, melancolías, postraciones y sentimiento de frustración sobre una supuesta oportunidad perdida. Todo ahistórico, todo absolutamente demencial.
La clase social que alimentó este intelectualismo de living fracasó no por otra cosa que por el desmantelamiento del modelo económico asociado al imperio británico, que cayó en 1930 arrastrando los decorados de una Argentina virtual. No tuvieron proyecto propio, se les acabó el agua y ni siquiera eran dueños del caño. El peronismo no vino a destruir esa Argentina, como suele postularse desde diversas localizaciones ideológicas, sino a hacerse cargo de la Argentina que ellos fracasaron, claro que para eso debieron recluir todos los privilegios que ya habían pasado del plano de la injusticia al plano del absurdo. Y en eso consiste el hecho revolucionario del peronismo.
Sin embargo, la base intelectual del proyecto siniestrado pervivió. Aún pervive tras mutaciones siempre emparentadas con las variaciones operadas en el pensamiento europeo de la posguerra.
La marca que dejó la insidia sarmientina es muy profunda. Es la enajenación como escuela. Para los griegos el bárbaro era el extranjero, para el maestro sanjuanino el bárbaro era el hombre del país. Colocado lo indoamericano en el plano de la zoología, y calzado el sistema de la autodenigración con el modelo colonial dependiente, la reproducción del modelo de pensamiento sigue asegurada aún en este siglo nuevo.
Mientras que Withman hacía la alabanza del hombre de la pradera norteamericana, aquí el padre del aula abominaba del hombre del país en la demonización del Facundo.
De esa madera salen las astillas de la xenofobia diaria que estremece por su impudicia en las pantallas de la televisión.
Lo peor es que, como se trata de un sistema de prejuicios, no hay razón que les entre y no hace falta de su parte más que una puñado de necedades sostenidas desde un sentido pretendidamente común.
Por eso un discapacitado político como Macri representa al idiota* de clase media argentina con exactitud. Tilingo por empobrecimiento intelectual, sórdidamente peligroso como todo burgués asustado pero dueño de una capacidad de cálculo material que duplica esa peligrosidad.
Contra qué peleamos?. No contra esto. Esto no tiene remedio.
El país necesita reconstruir se propia imagen y esa es una tarea ardua y grandiosa. Hay que construir en la escuela, en los medios, en el Estado, en la calle, en la música, en la literatura, en el cine, en el teatro. Hay que hacer ver la Argentina haciéndole ver sus ojos a todos y cada uno de los argentinos.
Por eso habrá que hacerse de pensamiento propio, una vez más.
Tal vez una milonga, como receta a menudo Dolina, sea más efectiva que un tratado descriptivo de tanta medianía. Pero hay otras milongas que deben componerse en la realidad de los argentinos antes que se concrete la amenaza de su empobrecimiento espiritual. 1) Las Universidades Nacionales tienen que proyectar la formación de recursos humanos para el nuevo Estado argentino. Esto demanda entre cinco y diez años.
2) Los suburbios del sistema mediático tienen que asumir la centralidad que como oportunidad les ofrece el nuevo sistema legal. La “otra palabra” no puede hacerse esperar. 3) Las organizaciones sociales y las organizaciones libres del pueblo deben encontrar en el Estado un respaldo para recomponer el tejido social asolado por las políticas conservadoras de los noventa. 4)Los sindicatos deben reforzarse institucionalmente para participar activamente en la construcción del nuevo modelo. 5)Y si hubiere un empresariado nacional dispuesto a acompañar en la tarea, cosa que siempre dudo dada la penosa historia de entreguismo colonial y traición de la burguesía argentina, el proceso lograría gran celeridad.
En síntesis, cuando hablemos de profundizar el modelo, hablemos de esto porque de lo contrario estaremos hablando de nada. El gobierno Nacional y Popular de CFK ha liberado las mejores fuerzas de la Nación. Llegó el momento de estructurarlas y encausarlas para la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria.
* Uso el concepto “idiota” no en su extensión insultante sino en su acepción etimológica. Los griegos llamaban Idiota al que se desentendía de los asuntos públicos.
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