TURBULENTA TURBA DE NEGROS

Los poetas no nos tropezamos del Olimpo, no nos olvidamos nuestros mejores versos en la luna o en la cama de una puta dormida; no necesitamos hastiarnos de café y cigarrillos para encontrar que nuestra vida ahora no vale nada; tampoco hemos llorado los micros que perdimos o las mujeres que nos olvidaron. No haremos odas a pederastas, a abúlicos geniales, a generosos eunucos. No nos importa el vuelto que nos deben. Nos desagradan los amantes de acaramelados terciopelos, las poetisas constipadas, los policías de la lengua.

No nos preocupa contar las palabras, auscultar a los muertos. Festejar cualquier moda a la que le sobre unos pesos. Acostumbrados al mate, no necesitamos escuchar a universitarios para cagar tranquilos.

Nuestra poesía no se esconde en ningún zaguán, en ningún desierto.

Nuestra poesía son nuestros barrios.

Villa Fiorito, la Matanza, Berisso, Villa 31.

Vamos a cantar las cuarenta las veces que sea necesario. No nos importa caerles simpático a los punteros de la literatura, ni manguearles un trago, ni preguntarle una calle.

Cantamos el barro acumulado en las botas de los albañiles; el barro que la historia acumula en las suelas del mundo. Cantamos a la vagancia de la esquina; al olor a guiso que llevan nuestros versos y nuestras abuelas. Al olor a zanja abierta de nuestras rimas.

Aprendimos a pararnos de mano; aprendimos de las veces que el barro del barrio creció como un selva dentro nuestro; de las veces que nos peleamos a las tres o cuatro de la mañana por motivos que ya olvidamos. Aprendimos de la primera vez que cortamos una ruta; de la primera piedra que tiramos.

No somos videntes, aunque algún croto nos haya convencido que todo el universo entraba en su cartón de vino. Escuchamos atentos su lengua trenzada en historias anteriores a la villa, cuando había un país donde todos comían y todos tenían mate y tortas fritas. No somos videntes, pero sabemos que hubo un país donde todos teníamos mate y torta fritas.

Hemos jugado a los burros, apostado por gallinas que luego de la riña no servían ni para puchero. Hemos cantado milongas en iglesias de chapa, en subtes. Hemos regateado besos a las seis de la mañana y hemos aprendido que la política como la poesía es ante todo un olor.

Nosotros llevamos ese olor.

El barro, los guisos, los comedores, el hambre, las bailantas, el chamamé, la negrura son nuestro olor.

El olor es política y es poesía.

Creemos en la revolución como creemos en nuestra negrura; como creemos en nuestra poesía.

Creemos en la revolución por ningún motivo etéreo, por ningún libro revelador, por ninguna chance de acostarse rápido con alguien. Creemos en la revolución porque es nuestro olor.

Hemos escuchado a artistas que, como dijo Atahualpa Yupanqui, son “flores de invernadero”. América está en guerra, como ya lo estuvo hace doscientos años. No necesitamos escritores, necesitamos escritores que sean soldados. Como Bartolomé Hidalgo, como José Hernández ponemos la poesía al servicio de la guerra.

Ponemos nuestro cuerpo, es decir, nuestra poesía para zanjar una trinchera.

No dudamos de la poesía.

No dudamos de la revolución.

2 comentarios:

  1. Se juntaron los mostros. Sería un honor para mí, si además del gaucho judío, se nos une alguien más el día que en el foro tratemos esta maravillosa poesía que hacen uds. Dejo otro comentario en el grupo.

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  2. es bueno saber que SOMOS!

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