Nuestra América

Por Augusto Mónaco
 
América del canto y las arenas,
de la espesura madre en cuyos sueños
los leños arrebujan a tus venas
de cristalinos torrentes derramados
a los pies de la fortuna
y el brillo de la luna,
con un grillo cantándole a su vera,
se dibuja en la trémula laguna
que deshila sus hebras una a una,
emulando la nívea cordillera.
¡Oh tierra del arrope de la tuna
América del cóndor y del trueno,
América encantada por el duende
serrano que cantando va tu nombre,

América del hombre
que se muere en la tierra que lo ama,
que lo busca y lo llama,
y renace de tu vientre como lanza,
relámpago en la bruma,
con plumas del quetzal de Moctezuma,
y sangre de jaguar y de venganza!

¡América del hombre interminable,
del hombre que se muere sin ser visto,
América de cobre,
América innombrable,
América del polvo en que resisto,
del sílice en que muero aunque no sobre,
América insurrecta, ingobernable,
tierra en armas en que aún soy existencia,
quetzal infatigable de los soles,
estallido brutal de caracoles,
que hace arder en tu vientre mi presencia!
América del arduo aprendizaje
de la cruz asesina e invasora,
América de mitos que agonizan
detrás del maquillaje de la estampa
de la América abundante y redentora.

¿Cómo he de invocarte,
qué nombre retener podrá tu aurora
en qué cielos de lunas marchitadas,
centellas y crepúsculos arcanos
podrá tu lastimada geogonía
nombrar al dios del Sol
nacido de tu légamo materno,
cómo podré nombrar
tu nombre eterno
sin cubrirte de polvo y agonía?
¿Cómo podré nombrarte
a ti que regalaste
el fruto de tu esencia milenaria,
el tomate, el cacao y el maíz,
el brillo de tu lanza libertaria
el fuego y la obsidiana que sangraste?
¿Cómo podré decirte entera y alta
sin inundar tu pena de silencio
y de huecas palabras desoladas?

La peste hirió tu esencia
de canto y maravilla,
te llenaron de un dios que no era tuyo,
descuajaron tu noble indumentaria,
tu jaguar y tu quebracho,
te colmaron de cañones y de sables,
le robaron a tu gente la sonrisa,
te llenaron de muerte
y nombraron con sílabas ajenas
los ríos que nacieron de tus penas;
murieron por tenerte sin tenerte,
sin entender la esencia de tu ceibo,
ni el claro mineral de tu espesura.
América inmortal y taciturna,
tan verde de esmeralda,
tan áurea amarillenta,
tan roja y desangrada.
Tu vientre es una urna
que carga en sus espaldas todo el viento
del futuro del siux y del tolteca,
del maya y el olmeca,
el guaraní, el mapuche, el aymará,
el quechua, el taíno y el azteca.
Un día llegará el renacimiento;
de tu vientre de cántaro araucano
retoñará el guerrero con su raza,
arrasará los campos y los ríos
y quemará los libros que te callan;
resurgirán los pueblos y los cantos,
el sílice ancestral de tu espesura;
regresará la paz a tu silencio
el marchitado espíritu del búfalo
y el metálico sonido de las aguas...
y volverá a brillar
la lumbre de tu oro más preciado,
el dios del firmamento de la pampa;
resurgirán los muertos de la tierra,
herida por la espada y la conquista,
y se abrirá tu vista,
y volverán tus hijos a su guerra
destituyendo el mito
de la tiniebla ibérica...
llamándote sin nombre, sin América.

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